viernes, 11 de abril de 2014

Noche


Al Fin llegó la noche y el insomnio y la delgadez misteriosa de los recuerdos que se hilvanan, entramado de sensación cosquillas, latidos.
 
Mi cuerpo reconoce antes que yo la víspera honda.
Mi cuerpo habla antes que yo y reconoce el llanto del hada y de las ánimas.

Al fin llegó la noche, me daba miedo el día que duró demasiado. Ayer viví demasiado. El día sus ruidos su movimiento mecánico. 

Ayer era de día y no me importaba si gemía o caminaba o alguien me saludaba. Tal vez me veían o no. No me importa demasiado si llegaron a saber si respiraba.  Si me tocaban cerca del corazón iban a saber que no latía.

Ayer de día moría como en cada amanecer. Que abre frascos y escucha radios y cacharrea en la cocina. Y disfruta tanto la humillación que tanto alardea, la técnica, de aprender todo. Yo aprendí a escribir de día, aprendí a hablar de día, aprendí a entender que de día  la soledad es el dj atrás de un vidrio oscuro en donde sólo puede verse su sonrisa brillante.

En cambio de noche mi alma se desnuda pulposa y coqueta. De noche siento bien profunda mi voz que canta con una dicha honesta y puede salir de su escondite porque nadie la ve.

Se abre el camino en donde todo se deja ver sin luz. De noche y en la oscuridad la luna no espeja al sol sino a los ojos abiertos en donde la luz que brota viene del alma o de los sueños.

Yo nací de noche.

Por la noche

Bajo las estrellas es un desierto

Plagado de luz

A fuerza de silencio mi imaginación 

explota con lágrimas.


jueves, 29 de agosto de 2013

Él no se acercó

Él no se acercó, pero yo lo conozco y pasaron tantas cosas entre ese momento y este, que hice de cuenta que los dos nos habíamos olvidado de todo y me acerqué a saludarlo, pero pasé por arriba de su silencio y su distancia.

Tal vez sin querer lo traté mal.

Pero yo sé que lo quiero.

Y que el maltrato me expulsó de mi centro con la fuerza centrífuga del error.

El error expulsa a la verdad con una fuerza centrífuga.

Y la verdad atrae al amor con una fuerza centrípeta.

Mi centro está corrido desde que lo saludé.

Y me siento atraída por el vacío.

Yo soy esa imagen que se repite infinitas veces, sucesivas, en el espejo paralizado del tiempo.



miércoles, 28 de agosto de 2013

Resurrección

Anoche perdí mi vida tres veces sin darme cuenta, distraída,  y en cada resurrección recobré viejos poderes olvidados.

Cada resurrección me dejaba con un juguete enorme en el cual podía meterme, investigarlo. Me metía en cada hueco sucesivas, inagotables veces con un placer profundo, en cada juego entendía algo más del juguete.

La resurrección me brindaba un juguete nuevo pero me dejaba seguir jugando con los otros y a cada nuevo juguetote lo entendía gracias a que había aprendido muy bien a maniobrar alegremente mis otros juguetes preciosos y amados.

Preciosos, gigantes. Alucinada. Enamorada.


Mis juguetotes desparramados, desordenados, sin orden establecido, encontraban una nueva forma de ubicarse en mi vida y en mi cuerpo. Cada nueva resurrección, un nuevo juguete un nuevo desorden, cada vez más grande y más desastrosamente divertido.

Ring

Parece que al fin logré que mi deseo y mi miedo logren algo, al menos pelearse.

Enfrentamiento  de titanes frente a mí o el disfraz que al fin me había sacado quedó en una esquina.
Mi voz, que ronroneaba el lenguaje  y la transpiración en el ring, en el medio de la cocina.

El deseo y el miedo jodiendo, mientras mi piel se derretía por el calor del fuego  prendido hacía mucho tiempo, brasas de millones de años, hoguera ancestral.

Toda la parte de las pestañas, la ropa, las zapatillas, las uñas, las pulseras y creo que hasta el reloj, olvidado para siempre en algún rincón de la casa, como tendría que haber sido desde siempre.

El deseo gigante, fuerte, ágil, gracioso, infantil, parecía un dibujito animado, un jueguito de la computadora, al lado de un miedo Borges, vetusto, enojado, rencoroso, cobarde, tramposo.

Algo, desde algún lugar resplandecía, sin ser fuego, ni luz. Resplandecía  en silencio.


Entre el deseo y el miedo, mi piel derritiéndose, mis otras partes olvidadas  vibrando en distintas dimensiones, una barrera helada invisible recortando cada espacio, congelándolo todo con un grito eterno, desconsoladamente.

Mago de Oz

Mi palabra se rodeó a sí misma, se royó roedora a sí misma, se mutiló con risas. Mi palabra se escondió, sin que nadie la buscara, se perdió.

Se metió en ese tornado  que nunca terminaba de expulsarla, hasta que el mago de Oz le dijo que su casa estaba en su corazón, que nunca se había ido de allí, “siempre estuviste en tu casa”.


Entonces  ya no había lugar escondido, ni palacio, ni hadas, ni bruja del norte o del sur, entonces ese palacio ruidoso, lleno de gente graciosa no era más que  su casa vacía.

viernes, 16 de julio de 2010

Le pregunté al vecino

Le pregunté al vecino que llevaba un sillón a la talabartería, me dijo que sí, que me amaba, en su corazón guardaba un amor secreto por mi sonrisa y que cada vez que me cruzaba en el ascensor, sentía ganas de volver 30 años atrás, y que la que hoy era su esposa hubiese sido yo. Creía que me conocía de toda la vida, que había algo en mis ojos que era secreto para todos menos para él, porque había algo en sus genes que le permitía decodificar los míos. Le dije que ya me parecía, su agradecimiento cuando apretaba el botón de su piso en el ascensor parecía querer decir algo más, y le dije que me había percatado de que cada vez que iba a salir del ascensor se demoraba en cerrar la puerta para poder rozar mis manos cuando yo me decidía a cerrarla por él, le dije que me daba cuenta de que tenía tantas ganas de hablarme que no podía más que balbucear escabrosamente algo, de todos sus movimientos cubiertos de miedo y ganas de agradar y que me molestaba su falta de sutileza, su forma grosera y torpe de seducir. De repente pude ver como mis palabras lo descolocaron, lo desilusionaron, lo hicieron sentir mayor y fuera de sí, su rostro abierto de par en par se cerró de golpe y caminó tres cuadras a la talabartería, entró al local y se sentó a esperar en su propio sillón avejentado, el primer silloncito de verdad que había tenido en su precoz independencia producto de una rebeldía forzada por su propio orgullo.
Me deshice del recuerdo que podría haberme quedado de esa situación inmediatamente. No me interesa.
No me interesa. Me di cuenta de que estaba hablando en voz alta y que había una hoja seca muy tentadora, pero que si no me apuraba una viejita la iba a pisar por mí.
No me interesa.

Esa noche parecían brotar estrellas en el cielorraso, y parecía que las guirnaldas de los recuerdos eran estrellas y yo hacía clic con el Mouse sobre cada una, me hubiese gustado palpar su piel y sentir los latidos de un hombre que me ama de verdad, parecían pasar cosas que no pasaban y me daba cuenta de que no pasaba nada cuando en realidad pasaban muchas cosas de las cuales nunca me hubiese percatado.

El corazón de los hombres tiene que ser más que un corazón y los sentimientos tienen que apoderarse de todo, no importan tanto las cosas que se tengan ni importa tanto estar pendiente de lo que muestran los demás cuando compartimos un encuentro, nada de lo que se expresa puede ser captado por la sensibilidad humana, salvo algunas cosas que aún son difíciles de captar, pero me parece que en la imaginación están todas esas cosas maduradas, esas que tardan en darse a conocer por mucho, mucho tiempo.

He oído decir que los deseos son el motor de la vida y si me pongo a pensarlo bien, todo lo que los hombres anhelan es lo que verdaderamente existe, porque cuando se logran esos deseos más profundos, instantáneamente desaparecen.