Anoche perdí mi vida tres veces sin darme cuenta, distraída, y en cada resurrección recobré viejos poderes
olvidados.
Cada resurrección me dejaba con un juguete enorme en el cual
podía meterme, investigarlo. Me metía en cada hueco sucesivas, inagotables
veces con un placer profundo, en cada juego entendía algo más del juguete.
La resurrección me brindaba un juguete nuevo pero me dejaba
seguir jugando con los otros y a cada nuevo juguetote lo entendía gracias a que
había aprendido muy bien a maniobrar alegremente mis otros juguetes preciosos y
amados.
Preciosos, gigantes. Alucinada. Enamorada.
Mis juguetotes desparramados, desordenados, sin orden
establecido, encontraban una nueva forma de ubicarse en mi vida y en mi cuerpo.
Cada nueva resurrección, un nuevo juguete un nuevo desorden, cada vez más
grande y más desastrosamente divertido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario