Parece que al fin logré que mi deseo y mi miedo logren algo,
al menos pelearse.
Enfrentamiento de
titanes frente a mí o el disfraz que al fin me había sacado quedó en una
esquina.
Mi voz, que ronroneaba el lenguaje y la transpiración en el ring, en el medio de
la cocina.
El deseo y el miedo jodiendo, mientras mi piel se derretía
por el calor del fuego prendido hacía
mucho tiempo, brasas de millones de años, hoguera ancestral.
Toda la parte de las pestañas, la ropa, las zapatillas, las
uñas, las pulseras y creo que hasta el reloj, olvidado para siempre en algún
rincón de la casa, como tendría que haber sido desde siempre.
El deseo gigante, fuerte, ágil, gracioso, infantil, parecía
un dibujito animado, un jueguito de la computadora, al lado de un miedo Borges,
vetusto, enojado, rencoroso, cobarde, tramposo.
Algo, desde algún lugar resplandecía, sin ser fuego, ni luz.
Resplandecía en silencio.
Entre el deseo y el miedo, mi piel derritiéndose, mis otras
partes olvidadas vibrando en distintas
dimensiones, una barrera helada invisible recortando cada espacio, congelándolo
todo con un grito eterno, desconsoladamente.
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