Le pregunté al vecino que llevaba un sillón a la talabartería, me dijo que sí, que me amaba, en su corazón guardaba un amor secreto por mi sonrisa y que cada vez que me cruzaba en el ascensor, sentía ganas de volver 30 años atrás, y que la que hoy era su esposa hubiese sido yo. Creía que me conocía de toda la vida, que había algo en mis ojos que era secreto para todos menos para él, porque había algo en sus genes que le permitía decodificar los míos. Le dije que ya me parecía, su agradecimiento cuando apretaba el botón de su piso en el ascensor parecía querer decir algo más, y le dije que me había percatado de que cada vez que iba a salir del ascensor se demoraba en cerrar la puerta para poder rozar mis manos cuando yo me decidía a cerrarla por él, le dije que me daba cuenta de que tenía tantas ganas de hablarme que no podía más que balbucear escabrosamente algo, de todos sus movimientos cubiertos de miedo y ganas de agradar y que me molestaba su falta de sutileza, su forma grosera y torpe de seducir. De repente pude ver como mis palabras lo descolocaron, lo desilusionaron, lo hicieron sentir mayor y fuera de sí, su rostro abierto de par en par se cerró de golpe y caminó tres cuadras a la talabartería, entró al local y se sentó a esperar en su propio sillón avejentado, el primer silloncito de verdad que había tenido en su precoz independencia producto de una rebeldía forzada por su propio orgullo.
Me deshice del recuerdo que podría haberme quedado de esa situación inmediatamente. No me interesa.
No me interesa. Me di cuenta de que estaba hablando en voz alta y que había una hoja seca muy tentadora, pero que si no me apuraba una viejita la iba a pisar por mí.
No me interesa.
Esa noche parecían brotar estrellas en el cielorraso, y parecía que las guirnaldas de los recuerdos eran estrellas y yo hacía clic con el Mouse sobre cada una, me hubiese gustado palpar su piel y sentir los latidos de un hombre que me ama de verdad, parecían pasar cosas que no pasaban y me daba cuenta de que no pasaba nada cuando en realidad pasaban muchas cosas de las cuales nunca me hubiese percatado.
El corazón de los hombres tiene que ser más que un corazón y los sentimientos tienen que apoderarse de todo, no importan tanto las cosas que se tengan ni importa tanto estar pendiente de lo que muestran los demás cuando compartimos un encuentro, nada de lo que se expresa puede ser captado por la sensibilidad humana, salvo algunas cosas que aún son difíciles de captar, pero me parece que en la imaginación están todas esas cosas maduradas, esas que tardan en darse a conocer por mucho, mucho tiempo.
He oído decir que los deseos son el motor de la vida y si me pongo a pensarlo bien, todo lo que los hombres anhelan es lo que verdaderamente existe, porque cuando se logran esos deseos más profundos, instantáneamente desaparecen.
viernes, 16 de julio de 2010
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