jueves, 29 de agosto de 2013

Él no se acercó

Él no se acercó, pero yo lo conozco y pasaron tantas cosas entre ese momento y este, que hice de cuenta que los dos nos habíamos olvidado de todo y me acerqué a saludarlo, pero pasé por arriba de su silencio y su distancia.

Tal vez sin querer lo traté mal.

Pero yo sé que lo quiero.

Y que el maltrato me expulsó de mi centro con la fuerza centrífuga del error.

El error expulsa a la verdad con una fuerza centrífuga.

Y la verdad atrae al amor con una fuerza centrípeta.

Mi centro está corrido desde que lo saludé.

Y me siento atraída por el vacío.

Yo soy esa imagen que se repite infinitas veces, sucesivas, en el espejo paralizado del tiempo.



miércoles, 28 de agosto de 2013

Resurrección

Anoche perdí mi vida tres veces sin darme cuenta, distraída,  y en cada resurrección recobré viejos poderes olvidados.

Cada resurrección me dejaba con un juguete enorme en el cual podía meterme, investigarlo. Me metía en cada hueco sucesivas, inagotables veces con un placer profundo, en cada juego entendía algo más del juguete.

La resurrección me brindaba un juguete nuevo pero me dejaba seguir jugando con los otros y a cada nuevo juguetote lo entendía gracias a que había aprendido muy bien a maniobrar alegremente mis otros juguetes preciosos y amados.

Preciosos, gigantes. Alucinada. Enamorada.


Mis juguetotes desparramados, desordenados, sin orden establecido, encontraban una nueva forma de ubicarse en mi vida y en mi cuerpo. Cada nueva resurrección, un nuevo juguete un nuevo desorden, cada vez más grande y más desastrosamente divertido.

Ring

Parece que al fin logré que mi deseo y mi miedo logren algo, al menos pelearse.

Enfrentamiento  de titanes frente a mí o el disfraz que al fin me había sacado quedó en una esquina.
Mi voz, que ronroneaba el lenguaje  y la transpiración en el ring, en el medio de la cocina.

El deseo y el miedo jodiendo, mientras mi piel se derretía por el calor del fuego  prendido hacía mucho tiempo, brasas de millones de años, hoguera ancestral.

Toda la parte de las pestañas, la ropa, las zapatillas, las uñas, las pulseras y creo que hasta el reloj, olvidado para siempre en algún rincón de la casa, como tendría que haber sido desde siempre.

El deseo gigante, fuerte, ágil, gracioso, infantil, parecía un dibujito animado, un jueguito de la computadora, al lado de un miedo Borges, vetusto, enojado, rencoroso, cobarde, tramposo.

Algo, desde algún lugar resplandecía, sin ser fuego, ni luz. Resplandecía  en silencio.


Entre el deseo y el miedo, mi piel derritiéndose, mis otras partes olvidadas  vibrando en distintas dimensiones, una barrera helada invisible recortando cada espacio, congelándolo todo con un grito eterno, desconsoladamente.

Mago de Oz

Mi palabra se rodeó a sí misma, se royó roedora a sí misma, se mutiló con risas. Mi palabra se escondió, sin que nadie la buscara, se perdió.

Se metió en ese tornado  que nunca terminaba de expulsarla, hasta que el mago de Oz le dijo que su casa estaba en su corazón, que nunca se había ido de allí, “siempre estuviste en tu casa”.


Entonces  ya no había lugar escondido, ni palacio, ni hadas, ni bruja del norte o del sur, entonces ese palacio ruidoso, lleno de gente graciosa no era más que  su casa vacía.